Cuando todo parece perdido; aparece la esperanza.

“El amor consiste no en sentir que se ama sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama”.
Por. José Álvaro Cardozo Salas.
Tuve la oportunidad de leerme un libro donde nos cuenta la historia de Colombia, con todos los matices de violencia increíbles, para un bello país que por no más creerlo pareciera que a Dios se le fue la mano con tanta riqueza en sus suelos, montañas, valles y la geografía en general. También con una sobre dimensionada belleza espiritual, nuestra fe heredada desde España que de alguna manera especial destino el descubrimiento y consagro estas nuevas tierras al creador.
Nuestra historia nos enmarca en un cuadro de des igualdades impresionantes, de acontecimientos inolvidables que de alguna manera nos marcaron y de qué manera, tanto que hoy aún seguimos viendo las consecuencias. Con los últimos acontecimientos de violencia fratricida que no se detiene, ahora estas generaciones están empezando a vivir lo mismo que nos pasó a nosotros, y a nuestros padres.
¿Siempre me viene la pregunta, porque no podemos vivir en paz? Hay heridas tan profundas que nos impide seguir adelante, perdonar, reconciliarnos, como nos cuesta orar por los que nos persiguen, pareciéramos un corcho atrapado en un remolino de odios y envidias, de nunca terminar.
Siento mucha impotencia cuando veo tanta injusticia galopando en nuestras propias narices, hambre, muerte, desolación y abandono, como siempre hay que buscar culpables, por ejemplo el gobierno, los políticos, la corrupción desenfrenada, y yo, ¿qué hago para impedirlo? NADA, absolutamente nada. Todo lo mío cambia cuando me veo frente a frente con el amor de los amores, cuando inhalo su perfume, de frente a él todo desaparece, solo siento paz. Entonces me doy cuenta de algo. El amor tiene sed de adorar, de postrarse, de empequeñecerse a los pies del Amado; tiene sed de darse, de poner a los pies del Amado todo lo que tiene y todo lo que es: esta postración, y este don total de sí mismo, contienen la obediencia perfecta: el amor siente una necesidad irresistible de no existir ya más para uno mismo, de fundirse y perderse en el Amado. Esto que suena como a poesía es el verdadero amor.
Y hago conciencia que “El amor consiste no en sentir que se ama sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en una tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor.” Pero; ¿cómo irradiar este amor que siento por dentro con los demás?, ¿cómo trasladar el amor del sagrario a los que no amo, a los que a diario matan la carne y el espíritu? ¿Cómo perdonar en la des esperanza y desolación, cuando lo único que quiero es salir corriendo? Esto es cosa de machos, les confieso que es como si estuviera atravesando el desierto con el rebelde pueblo Israelita dándole vueltas y vueltas, sin ver la tierra prometida. Y quiero ejercitar la oración, en silencio (que tanto escasea) una oración profunda que me abaje a mi realidad, para darme cuenta de mi pequeñez, de mi miseria, de ser realistas y afirmar una y otra vez que sin Dios no somos nada, incluso en la oración profunda sin el auxilio del Espíritu Santo nada se logra. Hay que emplear pocas palabras, nada de grandes discursos, nada rebuscado: palabras sencillas, hay que dejar hablar al corazón; que nuestra oración sea así: larga por el tiempo que le consagramos, corta por las frases que usamos en ella, que esté hecha de gritos del corazón, repetidos tan a menudo como nuestro corazón tenga deseo de hablar, que clame a su Padre con toda libertad y toda sencillez, repitiendo las mismas palabras tantas veces cuantas experimente la necesidad. Rezaremos largo tiempo, con pocas palabras, llamando con insistentes golpes a la puerta del Sagrado Corazón de Dios”.
Cierro mi reflexión de hoy con las palabras de San Charles de Foucauld, “Yo no sé si es posible a ciertas almas verte pobre y permanecer voluntariamente ricas; verse más grandes que su Maestro, que su Amado, y no querer parecerse a ti en todo, aún en lo que depende de ellas, y sobre todo en tus humillaciones; yo bien deseo que ellas te amen, Dios mío; sin embargo, creo que falta alguna cosa a su amor, y, en todo caso, yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de parecido y, sobre todo, de participación en todas las penas, en todas las dificultades y durezas de la vida”.