Dos virtudes de San José para llevarnos al cielo.

Los adolescentes, suelen entrar en crisis, con la autoridad, y con las normas, por lo cual, conviene estimular, sus propias experiencias de fe, y ofrecerles testimonios luminosos, que se impongan, por su sola belleza.

Por. José Alvaro Cardozo Salas

Esta mirada, somera y sencilla, a las actitudes de la Virgen María, y del patriarca José, puestos ante el misterio inefable, permite descubrir en ellos, un acervo admirable de virtudes ejemplares, que deben cultivarse en el hogar cristiano, hoy y siempre, y con las cuales nuestras familias se acercarían, un poco, a ese modelo inigualado, del hogar de Nazaret. Aquí van dos de nuestro interés:

Justicia.

Para la sagrada escritura, la justicia, consiste en obrar con rectitud, y simplicidad de corazón, y busca siempre el bien. ¡Cuánto necesitamos de la justicia bíblica, en las familias de hoy! Con frecuencia, se escuchan en nuestras familias, expresiones como estas: “La hizo, pues que la pague, ojo por ojo, diente por diente”, Da la impresión, que aun vivimos anclados, en el antiguo testamento, viviendo la ley del talión, y no la ley de la justicia, inspirada en las enseñanzas de Jesús, recordemos, lo que el señor nos dice: “Felices los que tienen espíritu de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos” Felices los que lloran, porque recibirán consuelo, felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia, felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia, felices los de corazón limpio, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos, como hijos de Dios, felices los perseguidos, por causa del bien, porque de ellos es el reino de los cielos, felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan, y les levanten toda clase de calumnias, alégrese y muéstrense contentos, porque grande será la recompensa, que recibirán en el cielo. Pues bien, saben que así, persiguieron a los profetas que vinieron antes de ustedes” (Mt 5, 3-12).

Nuestras familias; ¿De dónde o de quien esperan la felicidad? Tenemos que reconocer que muchas familias, centran su bienestar, en el dinero, en el poder, en el placer. Necesitamos aprender, de san José a ser prudentes en el actuar, buscar siempre el bien de la otra persona y no solo nuestro propio bien, Necesitamos redescubrir, los auténticos valores del servicio, del respeto, de la acogida, del darse al otro y desechar el resentimiento, el egoísmo, la venganza.

Fe

La fe, es don y tarea. Como don es un regalo, que Dios que nos ofrece y nos concede a todos; pero hay que pedirlo, suplicarlo, y sobre todo, acogerlo; digamos, con las palabras de los discípulos, en el evangelio: “Creo, señor, pero aumenta más mi fe” (Mc 9, 24) Hoy, los colegios educan poco, o nada en la fe; la catequesis en

nuestras parroquias, se quedan cortas y a veces, no vamos más allá de una doctrina y datos fríos, y carentes de la fuerza transformadora de la vida del niño, o del adolescente… El papa Francisco, en su exhortación apostólica Amoris laetitia, insiste en la necesidad, de que sea la familia, la primera pedagoga de la fe, de los hijos; escuchémoslo “La educación en la fe sabe adaptarse a cada hijo, porque los recursos aprendidos, o las recetas a veces, no funcionan. Los niños necesitan, símbolos, gestos, narraciones. Los adolescentes, suelen entrar en crisis, con la autoridad, y con las normas, por lo cual, conviene estimular, sus propias experiencias de fe, y ofrecerles testimonios luminosos, que se impongan, por su sola belleza. Los padres, que quieran acompañar, la fe de sus hijos, están atentos a sus cambios, porque saben, que la experiencia espiritual, no se impone, sino que se propone a su libertad. Es fundamental, que los hijos vean, de una manera muy concreta, que para sus padres, la oración es algo muy importante. Por eso, los momentos de oración en familia, y las expresiones de piedad popular, pueden tener, mayor fuerza evangelizadora que todas las catequesis, y que todos los discursos, aquí quiero hacer un reconocimiento, a todas las madres que, oran intensamente por sus hijos, como lo hacía Santa Mónica, por los hijos que se han alejado de Cristo.

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