¿El concejo está por encima de los ciudadanos?

Los concejos municipales existen para representar a la ciudadanía, no para imponerse sobre ella.

Danian Garcia Covaleda/ Consejera Municipal de Juventudes

Esta semana, tres escenas en distintos puntos del país nos obligan a reflexionar sobre el papel de los concejos municipales, sus límites y sobre todo su relación con la ciudadanía. En Ibagué, por ejemplo; un líder comunitario fue sacado a la fuerza por la Policía tras interrumpir la intervención de un concejal. En Santa Marta, un concejal fue retirado del recinto luego de ponerse a cantar durante una sesión. Y en El Patía (Cauca) la situación se tornó aún más tensa cuando un concejal terminó en una riña física con el Secretario de Infraestructura. ¿Qué está ocurriendo en los escenarios dónde se supone que prima el diálogo, la representación y la deliberación?

Los concejos municipales existen para representar a la ciudadanía, no para imponerse sobre ella. Y aunque el orden y el respeto en los debates públicos son esenciales, también lo es la empatía y la apertura frente a las expresiones de inconformidad. La institucionalidad no puede convertirse en una coraza para silenciar las voces incómodas o peor aún, para justificar conductas autoritarias o violentas, vengan de donde vengan.

El caso de Ibagué es especialmente inquietante. Un ciudadano que busca participar —aunque lo haga de forma disruptiva— no debería ser reprimido físicamente sin que se haya agotado el recurso del diálogo. El uso de la fuerza en un espacio democrático debe ser el último recurso, no el primero. Lo sucedido en Santa Marta, aunque más simbólico, también muestra la rigidez de algunos escenarios políticos frente a formas no tradicionales de protesta o expresión. Y lo ocurrido en El Patía, raya en lo inaceptable: un funcionario público que recurre a los puños deja claro que el respeto institucional está en crisis.

Estos tres episodios evidencian una desconexión creciente entre representantes y representados. Mientras muchos ciudadanos sienten que sus voces no son escuchadas, algunos concejales parecen actuar como si estuvieran por encima del pueblo que los eligió. Esta desconexión se traduce en tensión, enfrentamientos y desprestigio para las instituciones.

Es hora de replantear el rol de nuestros concejales. Ser representante del pueblo implica escuchar, entender el descontento, gestionar con humildad y sobre todo, saber que el poder que ostentan no es un privilegio, sino una responsabilidad. No se trata de permitir el caos ni de justificar las interrupciones o desmanes; sino de entender que la política también debe tener alma, paciencia y sobre todo, empatía.

 Si los concejos municipales quieren recuperar su legitimidad, deben abrir sus puertas al debate sincero y reconocer que en democracia la ciudadanía nunca puede ser tratada como una amenaza. Al contrario, debe ser el centro de toda actuación pública. El respeto no se exige con gritos ni con fuerza: se gana con coherencia, humildad y escucha activa.