El paro del silencio: cuando el pueblo le dio la espalda a Petro

El 28 y 29 de mayo no hubo un paro nacional. Hubo un desaire masivo al presidente.
Felipe Andrés Ferro/ Diputado
Por más que se vista de movilización popular, un fracaso sigue siendo un fracaso. El autodenominado “paro nacional” convocado por el mismísimo presidente Gustavo Petro a través de sus redes sociales y con el respaldo de sus sindicatos aliados fue un bochornoso intento de presionar al Congreso y vender una imagen de respaldo popular que simplemente no existe. Lo que pretendía ser una marea de pueblo en las calles terminó reducido a un charco tibio de frustración oficialista. El país le dio la espalda, y el eco fue ensordecedor.
La convocatoria fue clara: cabildos abiertos, marchas masivas, presión al Legislativo. Pero la realidad fue otra. Los colombianos, sabios y curtidos, no cayeron en la trampa de la propaganda. Mientras el Gobierno soñaba con multitudes, las calles permanecieron tranquilas. En Bogotá, Medellín, Cali y otras ciudades, el día transcurrió con normalidad. Las imágenes eran elocuentes: oficinas abiertas, comercios funcionando. Los ciudadanos optaron por seguir trabajando, produciendo, viviendo. Porque el hambre no marcha, y la gente ya no se deja usar.
Petro, recién llegado de su viaje a China, fue quien en una manifestación pública en Barranquilla —masiva no por su retórica sino por la entrega de mercados, emocionado por el gentío que acudió por conveniencia y no por convicción, hizo el llamado al paro. Lo que no previó fue que el pueblo distingue entre un mitin oportunista y una verdadera causa. La asistencia de ese día no fue una muestra de respaldo, sino una fila para una bolsa de comida.
Tan evidente fue el fracaso, que el propio Petro, como ya hizo con su hijo al decir que “no lo crio”, intentó negarlo todo. Aunque su cuenta de X (antes Twitter) lo delata: convocó, animó y celebró anticipadamente una movilización que no fue. La mentira, como una mala obra de teatro, no aguantó el primer acto. El mandatario, que quería verse como el nuevo líder de las masas, terminó más solo que nunca, negando lo innegable, huyendo de su propio invento.
Eso sí, los que no faltaron fueron los de siempre: los bandidos de la Primera Línea, que aprovecharon la mínima convocatoria para intentar sembrar el caos. Pero esta vez la ciudadanía les hizo frente. La gente, harta de los abusos, no permitió que estos pendencieros colapsaran las ciudades. El rechazo fue evidente, directo, sin rodeos.
En el paro los más afectados fueron los niños. Durante dos días, miles de estudiantes se quedaron sin clases, pues FECODE, el sindicato de maestros, prefirió marchar que enseñar. Han dejado de lado su vocación pedagógica para convertirse en un instrumento político de este gobierno, sacrificando la educación por seguirle el juego a los desvaríos del presidente.
Y los pocos que sí salieron a marchar —una minoría vociferante y desgastada son la verdadera base que le queda a Petro: un puñado de incautos que aún caen en los cantos de sirena del neo dictador tropical. Esa es su fuerza real, su respaldo genuino, y quedó en evidencia en un país que le dijo “no más”.
El 28 y 29 de mayo no hubo un paro nacional. Hubo un desaire masivo al presidente. Un vacío imposible de llenar con discursos o narrativas de red social. Y ese silencio, el de millones de colombianos que prefirieron el trabajo a la demagogia, fue más elocuente que cualquier multitud. Petro convocó al pueblo… y el pueblo no fue.