Intentarlo te condena. Creer te justifica

No se trata de cuánto hagas, sino de en quién confías

Edward Andrés Díaz Reina

A lo largo de la historia del cristianismo, uno de los temas más debatidos y fundamentales ha sido la relación entre la fe y las obras. ¿Puede el ser humano salvarse por sus propios méritos? ¿Está la ley en contra de la fe? Estas son preguntas clave que el apóstol Pablo abordó con contundencia en su carta a los Gálatas. En este texto, exploraremos su argumento, especialmente a la luz de Gálatas 3:12, para comprender por qué la salvación no puede alcanzarse por la ley, sino únicamente por la fe en Cristo.

“Y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas 3:12)

¿Qué pretende Pablo con estas palabras? ¿Acaso argumenta que la fe y las obras están enfrentadas?

El objetivo del apóstol en su carta a los Gálatas es demostrar que la salvación se obtiene únicamente por la fe y no por la ley. En el versículo 11 del mismo capítulo declara: “El justo por la fe vivirá”. Por eso, en el versículo siguiente, presenta la fe y la ley en contraste, para que el lector entienda que la salvación y la vida eterna se alcanzan solo por la fe en Cristo, no por cumplir la ley de Moisés, la cual no demanda fe, sino obras.

El argumento de Pablo respecto a la exigencia de obras no es una idea nueva. En Levítico 18:5 se afirma que quien cumpla estrictamente la ley obtendrá la vida eterna: “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá por ellos”.

Esto nos lleva a una conclusión clave: para ser salvo hay que cumplir la ley de Dios a la perfección. El problema es que ningún ser humano puede hacerlo.

Si te detienes a estudiar y escudriñar la ley, y si la misericordia de Dios te acompaña en ese proceso, pronto te darás cuenta de que nadie puede cumplirla completamente. Por lo tanto, nadie puede salvarse mediante el cumplimiento de la ley. Por eso Pablo afirma que quien intente justificarse por la ley está bajo maldición (Gálatas 3:10).

Toda la humanidad está bajo la maldición de la ley, porque ningún hombre puede cumplirla y obtener salvación por sus propios medios.

Sin embargo, si continúas estudiando con profundidad la ley de Dios, y si el Espíritu Santo abre tu entendimiento, comprenderás algo maravilloso: para poder cumplir la ley y ser salvo, necesitas un sustituto, alguien que la cumpla por ti y te regale su justicia.

Así se cumple lo que dijo Pablo: la ley se convierte en un ayo, un guía que nos lleva a Cristo (Gálatas 3:24).

Jesús es el sustituto que necesitamos. Él cumplió la ley a la perfección, tal como lo exige la Escritura, y obtuvo la recompensa mencionada en Levítico 18:5. Esa recompensa —la vida eterna— la ofrece gratuitamente a quienes creen en Él.

Cuando el Espíritu Santo nos lleva a depositar nuestra fe en el Hijo de Dios, entonces cumplimos la ley por medio de esa fe.

La verdadera fe nos lleva a cumplir la ley de manera plena, no por nuestros méritos, sino por la obra de Cristo. Quienes han creído en Jesús como su Señor y Salvador ya no necesitan esforzarse por hacer obras para salvarse. Su fe es suficiente, porque ha sido puesta en Aquel que ya cumplió todo.

Que Dios te bendiga y te conceda entendimiento para comprender esta verdad: la ley no salva, pero nos señala al único que puede salvar: Jesucristo.

Edward Andrés Díaz Reina
Comunicador Social y periodista
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