La consulta de Petro se hunde, pero la democracia resiste”

Cuando no es así, los llama enemigos del cambio
En un país al borde del colapso fiscal, donde los hospitales cierran por falta de recursos, las escuelas imploran por infraestructura digna y la seguridad parece un recuerdo lejano, Gustavo Petro pretendía derrochar 700 mil millones de pesos en una consulta popular innecesaria y demagógica. Una consulta disfrazada de justicia social, pero que en realidad era un instrumento de agitación política, diseñado no para mejorar la vida de los trabajadores, sino para alimentar su ego y su maquinaria electoral. Por fortuna, el Senado de la República con liderazgo firme y valiente de nuestra senadora del Centro Democrático Paloma Valencia, le cerró el paso a ese despropósito. Ganó el Estado de Derecho, ganó Colombia.
Petro, como todo autócrata en formación, desprecia la división de poderes. Para él, el Congreso solo sirve si le obedece; la Corte, si le aplaude; y el pueblo, si lo idolatra. Cuando no es así, los llama enemigos del cambio. La consulta que propuso no era un ejercicio democrático, sino una estrategia para imponer por la puerta de atrás una reforma laboral fracasada, que ya había sido archivada por falta de consenso. Pero como buen populista, decidió que, si el Congreso no le daba la razón, se la daría él mismo a través de las urnas, sin importar el costo, ni la legalidad, ni el contexto social.
Mientras Petro soñaba con referendos y aplausos, los trabajadores del país enfrentan una realidad mucho más cruda. En marzo de 2025, la tasa de informalidad laboral alcanzó el 57,7%. Es decir, más de la mitad de los colombianos trabajan sin contrato, sin seguridad social, sin estabilidad. Y la consulta no solo no resolvía este drama, sino que lo agravaba. Según expertos, las medidas planteadas habrían desincentivado la contratación formal, aumentado los costos laborales para las pequeñas empresas y empujado aún más personas a la economía del rebusque.
Pero no todo está perdido. El hundimiento de la consulta trajo consigo una oportunidad real: el renacer del debate laboral, esta vez con seriedad, con técnica, y no con eslóganes. Gracias a la intervención de la senadora Paloma Valencia, se revivió el proyecto de reforma laboral para que se estudie con profundidad, se escuche a todos los sectores y se construya una propuesta equilibrada, que proteja al trabajador, sí, pero que también respete al empresario que crea empleo.
El Congreso no solo detuvo un capricho presidencial: detuvo el abuso de poder, la manipulación del discurso social y el intento de instrumentalizar a todo un país al servicio de un hombre. Colombia no necesita más polarización, necesita soluciones. Y esas soluciones no vendrán de la propaganda, sino del consenso, el respeto institucional y la defensa firme de la democracia. Que lo tenga claro el presidente: aquí nadie se arrodilla ante su voluntad. Aquí manda la Constitución, no el capricho