LA RESURRECCIÓN

Liberación del pueblo.

Edward Andrés Díaz Reina

La historia bíblica está llena de símbolos y figuras que apuntan a Jesús y su  obra redentora. Desde los patriarcas hasta los profetas, cada palabra y cada evento fueron marcando el camino hacia la manifestación plena de su propósito en Cristo. La resurrección, centro de la fe cristiana, es la confirmación de que Dios cumplió su promesa de redención, tal como lo anticiparon las Escrituras desde los tiempos de José.

“Y José dijo a sus hermanos: ‘Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob’” (Génesis 50:24).

Esta profecía de José se cumplió cuando el pueblo fue liberado de Egipto por medio de Moisés. Dios los visitó y los sacó de la tierra de aflicción rumbo a la tierra que fluía leche y miel.

Pero la liberación del pueblo era solo una sombra, es decir, un símbolo de lo que Dios haría con su pueblo por medio del Mesías.

Más dos mil años después de que José diera su profecía, sus palabras se cumplen nuevamente. Dios visita a su pueblo por medio de Cristo, quien a los 33 años murió en una cruz, hecho pecado, para liberar al pueblo de Egipto. En el contexto mesiánico, Egipto representa el pecado.

Hoy, domingo de resurrección, los cristianos celebramos que el sacrificio fue aceptado.

Jesús era el Moisés de la profecía de José, el que llevaría al pueblo rumbo a la tierra prometida. Pero también era nuestro Sumo Sacerdote, por lo tanto, debía cumplir funciones sacerdotales.

Cada año, el sumo sacerdote debía entrar en el Lugar Santísimo y ofrecer el sacrificio por los pecados del pueblo. Si salía con vida, era porque el sacrificio había sido aceptado; si moría, significaba que había sido rechazado.

El Lugar Santísimo del templo era una representación del verdadero Lugar Santísimo, donde está la presencia de Dios (Hebreos 8:1-6). Cristo, el Cordero Pascual y nuestro Sumo Sacerdote (Hebreos 4:14–16; 5:1–10), entró en ese verdadero Lugar Santísimo y, al tercer día, salió vivo.

La resurrección de Jesús significa que su sacrificio fue aceptado y que los pecados fueron perdonados, porque Él, como Sumo Sacerdote, salió con vida del Lugar Santísimo. Por eso Pablo dice que si Cristo no hubiera resucitado, seríamos los más infelices de todos los hombres (1 Corintios 15:14–19).

Pero resucitó, y es primicia de nuestra resurrección. Ahora los creyentes somos los más dichosos de todos, porque un día Dios nos visitó y nos liberó de la esclavitud del pecado para llevarnos a la tierra que fluye leche y miel.

La resurrección del Hijo de Dios nos recuerda que ahora podemos entrar en la tierra prometida: la patria celestial, la nueva Jerusalén.

Mi estimado lector: las palabras de José tendrán un cumplimiento final cuando Dios nos visite en la segunda venida del Mesías para liberar corporalmente a su pueblo de esta tierra —que también es representada por Egipto— y llevarnos al cielo nuevo y la tierra nueva.

José no vio el cumplimiento de sus palabras. Las pronunció en su lecho de muerte, pero estaba tan seguro de que un día Dios sacaría al pueblo de Egipto, que pidió que cuando eso ocurriera, llevaran consigo sus huesos. Nosotros tampoco hemos visto el cumplimiento total de esta profecía, pero debemos imitar la fe de José y estar convencidos de que un día el Mesías regresará y nos llevará de este Egipto a la tierra prometida.

¡Que Dios nos ayude!

Edward Andrés Díaz Reina
Comunicador Social y periodista
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