La trampa de las buenas acciones: ¿pueden salvarte realmente?

Eres bueno… pero estás bajo maldición

Edward Andrés Díaz Reina

Vivimos en una época en la que muchas personas creen que su relación con Dios puede establecerse a través de buenas acciones, obras de caridad o decisiones personales de fe. Esta idea, aunque común, representa una peligrosa desviación del verdadero mensaje del evangelio. La Biblia nos advierte que intentar alcanzar la salvación mediante nuestras propias obras nos coloca bajo condenación, no bajo bendición.

“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gálatas 3:10).

El problema de las obras es que no salvan, condenan. Quien intenta ganarse el cielo por medio de sus propios méritos se encuentra, según las Escrituras, bajo maldición. Estimado lector, si crees que tus actos de misericordia contribuyen a tu salvación, o si piensas que eres salvo simplemente porque un día tomaste una decisión personal de seguir a Cristo, es mi deber informarte que, según la Palabra de Dios, aún estás bajo condenación.

Las obras no justifican ante Dios, pero sí condenan. Todo aquel que pretenda salvarse a través de sus acciones debe cumplir la Ley de Dios en su totalidad, sin fallar en un solo punto (Deuteronomio 27:26). No importa si eres judío o no; quien desee salvarse por la Ley debe obedecerla perfectamente. Pero como nos advierte Santiago 2:10, “cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”.

Nuestra condición humana, caída y pecadora, nos impide cumplir con la Ley de Dios de manera perfecta. Cada día fallamos. Y al fallar, nos hacemos culpables de infringir toda la Ley. La Ley de Dios es santa, justa y buena; pero nosotros no lo somos. No podemos cumplirla de la manera perfecta que Dios exige.

Por eso mismo, quien pretende alcanzar la salvación mediante las obras está bajo maldición. Por más esfuerzo que haga, su naturaleza pecadora le impedirá cumplir la Ley Divina y, en consecuencia, heredará la maldición destinada a los infractores: vivir alejados de Dios en esta vida y por la eternidad.

Pero bendito sea Cristo. El Hijo Santo del Padre se hizo hombre. Su naturaleza perfecta le permitió cumplir cabalmente la Ley de Dios. Y por amor, tomó sobre sí la maldición que merecíamos nosotros por haber transgredido la Ley (2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13–14; Romanos 5:18–19). En la cruz, Él recibió nuestro castigo y, a cambio, nos otorgó su justicia a todos los que creemos (Romanos 3:21–24).

Es por Cristo que hoy todos los que somos de la fe podemos decir con certeza que hemos sido liberados de la maldición de la Ley y somos bendecidos juntamente con Abraham. No por nuestras obras, sino por la gracia soberana de Dios y la justicia de su Hijo.

Y es por Cristo, y solo por Él, que los creyentes hemos sido reconciliados con el Padre. Gracias a su obra redentora, pasaremos la eternidad cerca de Dios, en comunión perfecta con Aquel que nos salvó sin que lo mereciéramos. Que esta verdad transforme tu vida, y te lleve a confiar en Aquel que verdaderamente salva.

Edward Andrés Díaz Reina
Comunicador Social y periodista
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