Una iglesia, un papa, una esperanza.

“Bienvenido santo padre, desde ya oro por usted y por su pontificado”.

José Álvaro Cardozo Salas.

El pasado 21 de abril falleció en Roma nuestro querido papa Francisco, un hombre que tuvo un modo particular de gobernar la iglesia, desde el día de su elección se quiso acomodar no el palacio destinado para la vivienda suya, sino en el hotel de santa Martha construido por el papa San Juan Pablo II con el fin de hospedar a sacerdotes, obispos y cardenales que vienen desde distintos puntos del mundo y algunos de ellos no tienen donde hospedarse. Francisco fue el papa 266 y estamos ad portas de elegir un nuevo pontífice, mucho se especula sobre lo que francisco hizo y dejo de hacer, le critican demasiado, algunos se apartaron de la iglesia e incluso muchos sacerdotes, obispos y cardenales lo detestaban, su ejemplo de andar con sus zapatos viejos, de renunciar a las comodidades propias del cargo, e incluso donar la totalidad de sus ahorros a una fundación de los presos en Italia, donar el papa móvil a un hospital de niños, pedir a los párrocos del mundo no cobrar por la administración de los sacramentos, bautizar los niños que llegan en brazos de madres sin esposos, que han tenido el coraje de tenerlos y no pasar por las clínicas abortistas a que le “solucionaran” su problemita.

Creo que Francisco quizás no tuvo aciertos en temas tan complicados como el clero de Alemania, donde hay una crisis como ninguna y se rehúsan a obedecer al obispo de Roma, también critican su complacencia con la comunidad LGTBI que en el camino a su ultima morada en la basílica de Santa María la Mayor rindió una calle de honor, la comunión de las parejas vueltas a casar, el diaconado permanente de las mujeres. Que difícil gobernar una iglesia tan dividida, no se en que momento perdimos el norte, los casos de pedofilia pululan en muchas diòcesis, de corrupción, de homosexuales dentro de sus filas, San Juan Pablo II decía que era preferible depurar o extirpar este tumor así volvieran a quedar los 12 con los que empezó nuestro Señor. Creo en el dogma de la infalibilidad del obispo de Roma, creo que Jesús nos manda y gobierna a través de sus enseñanzas, creo que pasamos una crisis a todo nivel, empezando por la familia, los gobiernos, la educación, la misma iglesia, que no puede permanecer ajena, o conformarse con lamentarse sin que tenga un medio de participar en todos los acontecimientos, las injusticias, la inequidad, el desasosiego que tanto daño hace.

Ya tenemos un nuevo papa, León XIV, que creo que es el conclave más difícil de los últimos 50 años de historia, incluso más que los pontífices elegidos en medio de las guerras mundiales, quizás sea curioso que en dos días de conclave se halla elegido, ojala sea de la medida de Cristo, que hable el lenguaje de reconciliación, del amor, amigo de la caridad, que una no que divida, de la esencia del Espíritu de Dios, que se asemeje a la vocación propia de la iglesia y opte por los necesitados y pecadores. Guardo la esperanza que así sea. Yo que puedo hacer por esto, orar, orar, orar, nada más que esto. La iglesia se divide ahora en dos, los conservadores que pretenden una iglesia mas ortodoxa, rígida y exigente, queriendo volver a las misas gregorianas, a la sotana, y los de avanzada que van corriendo a los cambios, cambios que no podemos des estimar por más que queramos hacerlo.

Servida la mesa, tenemos un papa de comunidad nuevamente, Agustino para la gloria de Dios, trajinado en la misión, poliglota, sucesor de nombre de un grande León XIII, un Pedro  fiel a la iglesia, que nos lleve al cielo, que nos haga sentir hijos de Dios, que nos enseñe a aceptar las personas con todas las diferencias de raza, color o culto, que sea eucarístico, que ame a la virgen, que respire iglesia unida, la misma que percibieron los primeros cristianos, cuando exclamaban los demás al verlos pasar “Mirad como se aman”, que acudan a diario a la fracción del pan, pues todos estos requisitos los cumple León XIV.