El buen ladrón: esperanza de la misericordia de Dios.

Su vida está verdaderamente vinculada a la nuestra hasta la muerte en cruz

Por José Alvaro Cardozo Salas.

El personaje en mención (El buen Ladrón) pasa inadvertido en los textos bíblicos, es al fin de cuentas un personaje excepcional, ¿cómo logra en el último instante de su vida, “Robarse” el corazón de Cristo en la cruz?, y no solo eso, lograrse el cielo para él, de boca del mismo Jesús.

Desde muy joven me he interesado por el tema de la misericordia de Dios, he releído una y otra vez el texto del hijo prodigo, de hecho se me hace especialmente bello,  leí el libro del regreso del hijo prodigo: meditaciones ante un cuadro de Rembrandt del Padre Henri Nouwen, donde se recrea de una manera contemplativa el texto bíblico, con el cuadro del famoso pintor Rembrandt, pero al detenerme en las misericordias de Dios, no hay un texto igual al del buen ladrón, eso se sobrepone a lo inimaginable, no solo de la misericordia, el perdón, el olvido, las manos vacías al final de la vida de este desventurado hombre, que sin querer y con la habilidad digna de un ladrón logra “Robarse” a última hora el corazón de Cristo y no solo eso también la certeza que gracias a esa misericordia, logra el cielo, “De hecho hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Hoy mismo, al acto después de su trágica muerte, pasa al cielo, esto para nosotros los pecadores es un gran aliciente, una gran esperanza, y una gran prueba que la misericordia de Dios existe, es real, es palpable, y podemos llegar a eso sin límites de credo, raza, o relación política.

Este escrito persigue descubrir en este pasaje bíblico la inconmensurable bondad de nuestro Dios, que a pesar de nuestros pecados, de nuestros límites humanos, y  a pesar de estas situaciones Dios nos ama así, como somos, pero no me deja donde estoy, ama al hombre no al pecado, siente compasión por nosotros, por nuestras necesidades y falencias, no solo nos devuelve la vida y nos promete una vida eterna, sino que nos sana de nuestros pecados, sana las dolencias del cuerpo y también las del alma, nos promete una vida eterna, un cielo nuevo.

¿Que nos corresponde a nosotros? Descubrir en mi debilidad, en mi enfermedad, en mi pecado, una oportunidad para la gracia y una gracia santificante, como lo reza en el Salmo 51 “Un corazón humillado, señor tú no lo desprecias”

La enfermedad y la muerte son lugares de bendición, se cae nuestra soberbia y nuestro orgullo, pedimos ayuda, este perfume de la salvación y de la santidad de Dios, es la que está necesitando afanosamente la humanidad.

Por eso este trabajo del buen Ladrón, un hombre que nos recuerda con su vida, que, si se puede, que Dios no se rinde, que nos espera, nos ama, y desea a costa de todo Salvarnos, que su mensaje es de esperanza, desde antiguo en el hoy, en el ahora, está en nuestras manos de dar este primer paso, seguros que cumplirá con su promesa.

Otro de los escritos de nuestro tiempo, es el de la religiosa Polaca Sor Faustina Kowalska, la discípula de la divina Misericordia, y los escritos llamados Diario de la Misericordia, producto de una revelación privada sobre 1930 en su convento de Chestokova, en estos escritos meditan profundamente el deseo de nuestro señor a ofrecer a todos los pecadores del mundo, la gracia de la salvación a través de su Misericordia termina con una fiesta el domingo siguiente al domingo de resurrección.

No es casualidad que Jesús muera como un malhechor abriendo la puerta de su paraíso a un ladrón, al leer los escritos de Bernanos no podemos dejar de pensar en la vida y la muerte del buen ladrón: Queremos realmente lo que él quiere sin saberlo verdaderamente, queremos nuestras penas, nuestro sufrimiento, nuestra soledad, mientras nos imaginamos querer solamente nuestros placeres. Nos imaginamos tener miedo de nuestra muerte y huir de ella cuando realmente queremos esa muerte como él quiso la suya. De la misma manera como él se sacrifica sobre cada altar en que se celebra la misa, el vuelve a morir en cada hombre que agoniza. Queremos todo lo que él quiere, pero no sabemos lo que deseamos, no nos conocemos, el pecado nos hace vivir nuestra superficie, sin entrar en nosotros mismos. Solamente entraremos nosotros para morir, y es allí donde él nos espera.

Dios nos espera en la cruz con los brazos y el corazón abiertos. A los pies de la cruz nos resulta imposible dudar del poder de la ternura del corazón de Dios. Su vida está verdaderamente vinculada a la nuestra hasta la muerte en cruz. Cuando entendemos el misterio de Jesús crucificado comprendemos que nos es Dios quien nos hace morir, sino que es El quien muere con el culpable para que el culpable resucite con él. Eso es lo que entendió el buen ladrón.

Pedimos en estas fiestas pascuales ser conscientes del gran compromiso que tenemos, un cielo nos espera, pero hay que trabajar en él.