El santo temor de Dios; una gracia que nos caería bien a todos.

El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos.

Por José Álvaro Cardozo Salas

El don de temor es por excelencia el de la lucha contra el pecado. … El santo temor de Dios nos llevará con facilidad a la contrición, al arrepentimiento por amor filial: “amor y temor de Dios. Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios”.

“El temor a Dios es una sumisión reverente que nos lleva a la confianza y a la adoración obediente a Dios.”

El miedo es una emoción primaria natural de los animales, entre ellos, el hombre. Esta consiste en experimentar inquietud, desagrado y aversión ante una amenaza o peligro. Temor por otro lado, es la presunción o sospecha de un peligro, pero a diferencia del miedo, el temor no suele estar bien fundado.

La mejor manera, de conocer más a Dios, y así tener temor de él, es leyendo su palabra y orando. Los cristianos, hemos olvidado el sentido y la importancia, de orar, adorar y leer en la Biblia. Les puedo decir, con plena seguridad que nunca conocerán a Dios si primero no están orando, ni adorando ni leyendo su palabra. Es respetarlo, obedecerle, someternos a su disciplina, y adorarlo con admiración. Para un no creyente, el temor de Dios es temer el juicio de Dios y la muerte eterna, la cual es la separación eterna de Dios (Lucas 12:5; hebreos 10:31). Para un creyente, el temor de Dios es algo muy diferente. El temor del creyente es el reverenciar a Dios. En hebreos 12:28-29 es una buena descripción de esto, “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor”. Esta reverencia y admiración es exactamente lo que significa el temor de Dios para los cristianos. Este es el factor que nos motiva a rendirnos al Creador del Universo.

El don del temor de Dios, del cual escribo hoy es uno de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación y que siempre nos perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.

Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre.

Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea.

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