Familias multiespecies: otra forma de construir vínculos

Desde el ámbito jurídico y social, en la actualidad, este nuevo modelo de hogar ha ganado importancia dentro de los hogares colombianos.

Luis y Laura son novios desde hace 10 años. Esposos desde hace cinco. Y tutores de Oliva y Bruma desde hace dos. Nunca se han planteado ser padres, aunque desde que se conocieron tuvieron claro que, de conformar algún día un hogar, iban a adoptar gatos.  

Pero esa es solo la historia de uno de los 4.4 millones de hogares que conviven con un animal de compañía en Colombia, según indicó el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), mientras que, en esa misma medida, la empresa consultora aseguro que si bien es cierto que de esos 4.4 millones el 45% no tienen hijos, el restante sí los tiene.

Cifras que esclarecen un poco la terminología siendo que en la actualidad se tiene el imaginario de que una familia multiespecie es aquella que decide reemplazar a los hijos por un perro, un gato, un pájaro o cualquier otro ser vivo, cuando en realidad, el término se refiere a aquellos núcleos “en los que ya no solo conviven el Homo sapiens y el Homo sapiens, sino en los que conviven el Homo sapiens y el cánido doméstico (perro), o el Homo sapiens y el félido doméstico (gato), creando nuevas relaciones afectivas construidas desde la empatía y el respeto”, explica, decano nacional de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Uniremington.

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En ese sentido, surgieron nuevas preguntas: ¿Qué son los animales? ¿Si no son cosas, ni bienes, ni herramientas de protección? Muchos estados, incluyendo a Colombia respondieron: “son sujetos de protección especial”, sin embargo, pronto la ciudadanía empezó a evolucionar ese significado partiendo de la relación familiar que empezaron a construir con ellos, es decir, los perros, por ejemplo, ya no eran los que se encargaban de cuidar la casa o los gatos de cazar ratones, ambos, estaban allí simplemente para acompañar la vida, y justo cuando se cambió ese modelo utilitarista, se empezó a acuñar el término “animales de compañía”, pues esos lazos de empatía empezaron a fortalecerse y a generar sentimientos positivos como el afecto, la comprensión, incluso algunas características que son dadas en las relaciones entre humanos que son el diálogo, la esperanza y el amor acompañante, cobrando mucha relevancia afectiva.

Además, en respuesta a ese nuevo fenómeno, legalmente también se avanzó como reseñaron en Radio Nacional: “Desde la promulgación de la ley 1774 de 2016, los animales dejaron de verse como objetos para reconocerlos como seres sintientes y bajo esta ley ya se dio el primer caso de conciliación precedida por un juez para la custodia de un perro adoptado. El caso que sucedió en Medellín en 2019 se volvió mediático por lo inusual, pero también porque sentó un precedente, abriendo la puerta a este tipo de procesos que atañen a familias multiespecie, donde, si bien no sería correcto hablar de patria potestad, sí es la consecuencia jurídica de las nuevas relaciones entre los animales domésticos y los humanos”.

Pero el fallo también demostró cómo todo ese afecto estaba siendo permeado por una serie de vinculaciones culturales y de responsabilidades económicas de los tutores del animal, y por cómo ese ser estaba siendo concebido como un integrante más de la familia, algo que también puede percibirse en la sociedad, cuando se tiene en cuenta que hoy existen empresas que se encargan de velar a los animales de compañía que mueren, un ritual con una connotación religiosa; que hay otras que se especializan en un acompañamiento en duelo por la pérdida de algunos; que hoy hay una tendencia a que los espacios públicos sean Pet Friendly , es decir, que permitan su ingreso y tenencia adecuada; o que incluso existan familias dispuestas a hacer una investigación por delitos en contra de su perro o su gato.

Y para reflexionar sobre los cambios sociales y culturales que implica la familia multiespecie, hay que partir de la idea de que es necesario repensar las interacciones entre las distintas especies al interior de la familia, comentan Sara Beuth y Jairo Aristizábal, psicólogo de Latimos Bocalá. ¿Por qué? “Porque hay necesidades distintas que suplir, y en esas necesidades es preponderante darle un lugar a ese nuevo integrante de otra especie para poder atribuirle un significado, darle un lugar, reconocerlo como lo que es, como un organismo vivo y sintiente, que entra a formar parte de una nueva realidad en la que todos los integrantes deben construir una relación basada en el respeto y en el entendimiento de que el otro tiene sus propias necesidades. Eso va a beneficiar una relación bidireccional, la cual es necesaria para que culturalmente avancemos en estas interacciones humanas y dejemos de concebirnos como los “dueños” o los “propietarios” de todo”.

A lo que se refieren es que si bien es cierto que considerar un animal afectivamente como miembro de la familia digamos está bien porque con eso se deja el precedente de que es un ser sintiente, no obstante, hay que evitar humanizarlo porque cuando se humaniza se empiezan a vulnerar las libertades de ese animal, “entonces el perro necesitará acciones de perro pero bajo mi cuidado, bajo mi protección, bajo mi tutoría digamos que es el modelo de familia multiespecies que quisiéramos que se disperse por el mundo, no un modelo de familia multiespecies donde definitivamente no se respete la naturaleza del animal y se le trate como a otro ser humano”, concluye el experto.

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