Jesucristo: El divino estorbo.

Y así empezamos un camino sin retorno de aprender a contemplar, adorar y amar al que llamaban en ese sitio “el divino estorbo”

Por José Álvaro Cardozo Salas.

No recuerdo si les conté que fui formado por los hermanos Maristas en Cali, allí pertenecía a un grupo juvenil llamado REMAR, me seleccionaron para ir al CEL (curso de entrenamiento para lideres) con apenas 15 años de edad, no se imaginan lo que eso ha significado en  mi vida, gracias a esto grandes amigos tengo, los miércoles en la tardes desde que estaba en el colegio visitaba a los hermanos ancianos o enfermos que vivián en una casa cerca al templete, luego en el Lido, y finalmente en Ibagué, uno a uno fueron llegando a este sitio a bien morir y Dios me regalo ver a estos hombres entregar sus vidas a la causa no solo de la educación, formación de miles de jóvenes en muchos sitios de Colombia, sino a la oración, al rosario y a la adoración eucarística.

Con el inolvidable Hno. Néstor Quiceno (ya fallecido) empecé a asistir a los campamentos de misión en las semanas santas o las largas vacaciones del calendario B que teníamos, uno de ellos en agua de Dios con los leprosos, en Siloé (Cali) con los hermanitos de Charles de Foucauld (pobres entre los pobres), luego en una parroquia de una diócesis de un país vecino de cuyo nombre no quiero acordarme, y allí nos pasó algo que marcó de una manera especial mi amor por Jesús eucaristía. Cuando llegábamos a un terreno de misión lo primero que hacíamos era reportarnos con el párroco e ir a la misa diaria y de alguna forma cuando lo permitían llevar al santísimo donde estábamos para adorar en las noches, en caso contrario tocaba en el templo. En este sitio que he mencionado y que no quiero decir, al terminar la primera misa de nuestra visita el señor cura párroco no reservo al santísimo, lo llevo envuelto en el corporal a la sacristía.

Pedimos hablar con él y nos atendió unos minutos después en su despacho, luego de mostrar nuestras credenciales, bueno, la del hno. Néstor yo era apenas un adolescente enamorado y con todo el ardor y amor juvenil a flor de piel, pudimos intercambiar algunas preguntas de rigor, como ¿dónde se van a hospedar?, ¿que necesitábamos?, ¿cómo podíamos colaborarle con la evangelización y demás necesidades de su comunidad?,  y así la pregunta obligada; padre queríamos saber por el santísimo, venimos a adorarle un rato y entregarle esta misión, su rostro entro en palidez evidente, nos contó que los ladrones los han visitado y se han robado al santísimo dos veces, así que decidí no volverlo a dejar en el sagrario y entonces ¿dónde lo tiene? pregunte un poco asombrado, tomó las llaves de su bolsillo y abrió el cajón de su escritorio donde reposan también algunos libros de la liturgia, saco los libros y el copón con su tapa, lo puso sobre la mesa y nos dijo “Jesucristo para nosotros se volvió en el divino estorbo” ya no sabemos qué hacer con él.

Néstor y mis compañeros confundidos nos ofrecimos a que nos lo diera en custodia durante esta semana con la promesa de no dejarlo solo ni un minuto y así empezamos un camino sin retorno de aprender a contemplar, adorar y amar al que llamaban en ese sitio “el divino estorbo”, y que para nosotros es la esencia de nuestra misión, causa de nuestra alegría y sustento de nuestra fe.

Muchos años después cuando me preparaba para ser diacono permanente (finalmente renuncie a pocos meses de ser ordenado) teníamos la misión en una pastoral rural en el municipio de la Calera cerca de Bogotá, con mi gran amigo el coronel retirado hoy diacono Alejando Nieto y nuestras esposas visitamos los enfermos en sus fincas, o casas en el campo, 7 almas que son un verdadero tesoro de fe y esperanza. En una ocasión el día domingo al llevar la última comunión nos dimos cuenta que a la señora Conchita no le habíamos llevado la comunión, ella siempre nos esperaba con mucha alegría, al comunicarle que no había alcanzado, manifestó que no había problema, que Jesús también estaba en nosotros, en su palabra; a los pocos minutos llego su hija, con el esposo y la nieta, ella pregunto que de donde venían, de la calera mami respondió la hija, y ¿fueron a misa?, ¿quién comulgo pregunto Conchita? Yo abuelita respondió la niña, acércate mijita y Conchita colocando su rostro en el vientre de su nieta adoro a Jesús presente en ella de una manera real, fue muy conmovedor ver esta escena y que cada vez que comulgamos nuestro Jesús se queda en nosotros, santa Teresa de Jesús decía “mientras más cristo como, más cristo soy”.  Espero que este testimonio nos anime a valorar su presencia real, ¿y tú ya fuiste al santísimo hoy?

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