La Barbie y el varón domado

Pido la palabra

Ricardo Cadavid

Les cuento que vi la película Barbie y quedé fascinado. Simplemente me encantó. La afamada película de la muñeca de la empresa Matel, ha recibido muchas críticas duras, en especial de algunas activistas de género que consideran que los discursos feministas son su pequeño terruño de gloria, que nadie debe invadir su angosta humanidad parcelada, en la que flotan como pompas de jabón, palabras desinfladas como   “capitalismo”,  “ macho opresor”, “patriarcado”, “masculinidad tóxica, insignificante y depredadora” y en el que la “perspectiva de género”, solo se refiere a un género en particular.

Creo que todo padre debería ir a ver la película con sus hijos e hijas, y en especial hago un llamado a los hombres de todas las edades, porque podemos reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo.  La película es divertida, es fresca, no es nada pretensiosa. Un par de muñecos que viven en una realidad de plástico (el mundo de Barbie y un relegado Ken), viajan al mundo real para enfrentar esa tensión que sobreviene a todos los sujetos en el tránsito de convertirse en adulto.  Barbie muestra a una niña que crece en un mundo de fantasía y al convertirse en adulta, la realidad la aplasta. Ken, por su parte, habita en un mundo matriarcal, donde hay Barbies de todas las profesiones  mientras el, es un pobre accesorio que solo existe si Barbie lo mira, lo que parece una conducta típica de adolescente, y de un muñeco que nació en 1959, condenado a ser el novio de Barbie y sin tener genitales (el muñeco salió al mercado sin si quiera un pequeño bulto en la entrepierna).

Me encantó la escena cuando Ken, en el mundo real, ve la figura de los vaqueros, y descubre que hay un mundo donde el puede dominar.  Me pareció muy divertido esa analogía que nos recuerda que cuando un hombre se monta en un caballo, algo en su ser se empodera de tal manera, que le dan ganas de privatizar la salud, desaparecer gente, fundar un grupo armado. Treinta minutos a caballo y usted ya grita desaforado: “¡Trabajen vagos!”, “No mienta, que usted no estaba recogiendo café!  Si el caballo es de paso, a usted le dan ganas de echarle la madre al presidente Petro y de tener un romance con María Fernanda Cabal, o con Polo Polo… los vaqueros pueden ser incluyentes.

Es muy divertido en la película que usted no pueda distinguir con claridad, cual mundo es mas fantasioso, si el de Barbie, o el de los humanos reales, en donde las activistas de género nos pintan un patriarcado que hace rato dejó de existir. Ken quiere hacer una apendicetomía porque el es hombre, y le explican que no basta ser hombre, que hay que ser médico cirujano, lo que es una analogía para mostrarte lo ridículo que es pensar que todos los que tienen pene, acceden al poder. Le han dado tan duro algunas activistas a la película, que si por ellas fuera, habrían exigido que Matel hiciera una muñeca latina, indígena y pobre, para acompañar a Barbie. En un alarde de atrevimiento hubieran podido sugerir que la modelo fuera la guatemalteca Rigoberta Menchú, premio nobel de paz.  Después de muchas manifestaciones internacionales, Matel habría tenido que sacar  a la “Rigo”, y seguramente la pondría como empleada doméstica de la Barbie y en un año la hubieran sacado de circulación, acusada de ser inmigrante ilegal y de robarse los relojes de Ken y la ropa interior de Barbie.

Vayan todas, todos y “todes”  a ver Barbie, una hermosa película que nos invita a reflexionar sobre nuestro ser y nuestras heridas. Yo, por ejemplo, pensé mucho en la crisis existencial del pobre Ken, preguntándose ¿Quién es Ken? Y respondiéndose  “Ken soy yo”, de la misma manera en que Dios le respondió a Moisés, en el Libro del Éxodo: “Soy el que soy”. Recorremos un largo camino para encontrarnos, acaso nunca lo hagamos, pero podemos reír y llorar en esta sensible ante una película, hecha de plástico. Seguramente no hay nada tan nuestro, como el polietileno.

Post Centauro