La Rutina, un mal tan peligroso como el cáncer.

Ser frecuente en la confesión, pero no volver una rutina mi pecado, y hacer de cada comunión, un cielo nuevo, una tierra nueva.

Por José Álvaro Cardozo Salas.

Me arriesgo a tomar el toro por los cachos, como dicen en mi tierra, con un tema bien complejo, pero es necesario que saquemos el momento para reflexionar en este escrito.

La rutina no entra en el alma por hacer las cosas de siempre, sino que brota de nuestro interior por llevar a cabo nuestras ocupaciones como siempre, lo afirma Jesús Urteaga en su libro “Los defectos de los santos” y es así como grandes acontecimientos de la humanidad nos dejar ver esto de la rutina.

Al leer la pasión de nuestro señor en el monte calvario, donde hay sangre y ruido de dados, generalmente las pertenencias del ajusticiado eran de sus verdugos, por eso las ropas de Jesús se han hecho en 4 partes, una para cada soldado, pero al encontrar la túnica, el traje que usaba Jesús a diario, era sin costura de una sola pieza, creería yo de gran valor por la calidad de su tela, que los soldados al verla deciden echarla a la suerte y juegan a los dados a ver a quien le toca, me aterra ver el acostumbrarse al dolor de los demás, que llega a un nivel de indolencia que da oportunidad para jugar ante una escena de muerte tan particular, no somos más que unas bestias.

Al acostumbrarnos, al hambre, la sed, del prójimo, a la sangre de cristo, a la misma muerte y así sin pensarlo nos hemos acostumbrado a las cosas santas, la rutina de las practicas de piedad, que suele ser el comienzo de la tibieza y de la mediocridad, y lo mas grave es que nos vamos perfilando en nuestro sentir en la insensibilidad de las cosas de Dios, así muchos nos hemos acostumbrado a asistir y celebrar la santa misa, que al terminar ni recordamos el evangelio, o que predicó el cura.

Al leer los hechos de los apóstoles y los relatos de las primeras comunidades, cuando se reunían a diario a la fracción del pan, la alegría del cristo resucitado daba un matiz diferente a la vida comunitaria, hoy casi que se ha perdido, cuando vamos a la misa, cada uno por su lado, hacemos fila para comulgar el pan de la unidad, que nos hace hermanos, y de eso no tenemos nada, nos quedamos en el rito externo, en un evento social, y es que nuestra mezquindad nos impide vivir de una manera extraordinaria la mayor donación de Dios a los hombres, cuando el mismo nos dice “tomad este es mi cuerpo que se entrega por vuestra salud”.

Ni hablar de las relaciones de pareja, casado o no, viven a diario el reto del des amor, de la rutina de vida, incluso en nuestra vida afectiva, sexual, y en las relaciones con los hijos, ante un bombardeo de información por las redes que en la gran mayoría des informa, no da pie al análisis a la reflexión, hacer ver lo malo como bueno, como normal, ejemplo el aborto, los matrimonios igualitarios, el divorcio, la destrucción de la familia.

Mis propósitos en este escrito:

  • Quiero ser como niños, que no conocen la rutina, que no están contagiados por esta enfermedad, se ríen de todo, hacen amigos sin reservas.
  • Tengo miedo hacer las cosas sin razonarlas
  • Tengo miedo a jugar dados al pie de la cruz, mientras Cristo muere por mi
  • Tengo miedo a ser un borrego, e ir donde todos van
  • Tengo miedo a seguir el camino como animal de carga con los arrieros, siguiendo un camino que debería seguir más rápido
  • Tengo miedo de tener el corazón cerrado a la gracia, y poco abierto a los regalos que Dios me da.
  • Tengo miedo a que se me endurezca el alma, y no pueda percibir el aroma del perfume de Jesús.
  • Quiero tener más luz de Jesús, para que me asombre de los milagros que hacen a diario conmigo y mi familia.

Quiero hacer de mis jornadas diarias, una novedad de tu amor, quiero servirte como los de las bodas de cana de galilea, que debo llenar unas tinajas con agua cada día, que seguramente lo hare con desgano, con tristeza y con el alma aburrida de esta rutina, pero al oír a María decirme “haced lo que el os diga”, y hacerlo una vez más, pero esta vez, con empeño, como si fuera la primera vez, poniendo el corazón, de buena gana, hasta con una sonrisa, como quien sabe lo que va a ocurrir, que esta agua se va a convertir en vino, el vino de la alegría, el vino del amor.

Que deberíamos hacer, ese el gran interrogante?, solo pedirle a Dios que me acerque a él con hambre, con sed, con sorpresa, al resplandor de la elevación, que deseche la rutina en el trabajo, que no me acostumbre al trato con las personas, que no me habitué al dolor del prójimo, tan frecuente en las clínicas, las morgues, las funerarias, que no pierda el sorprenderme de la vida sacramental, ser frecuente en la confesión, pero no volver una rutina mi pecado, y hacer de cada comunión, un cielo nuevo, una tierra nueva.