Matar al tigre

Pido la palabra

Por Ricardo Cadavid

Hace pocos días suicidaron al coronel Dávila, hombre clave del esquema de seguridad presidencial y ex miembro del CICOR, una comisión encargada de investigar al Crimen Organizado. Uno pensaría que este tipo de cargos requiere trabajar bajo presión y desarrolla una alta tolerancia al estrés, pero parece que enfrentarse al Clan del Golfo, a las Bacrim, no es nada comparado con toparse con el fiscal Barbosa en un semáforo, o al menos de eso nos quiere convencer el prestigioso abogado Del Río, un experto penalista que es rápido para sacar conclusiones forenses y hasta psicológicas y, sin embargo, no le pareció sospechoso que su cliente le pagara honorarios por 50 millones y luego se pegara un tiro. Habrá pensado nuestro ilustre jurisconsulto que hay gente asi, que le da pereza morirse debiendo plata.

El coronel Dávila tuvo la mala suerte de morir justo cuando encontraron a los cuatro niños indígenas desaparecidos en la selva. Mientras por Google, la noticia de los heroicos infantes que sobrevivieron cuarenta días a la vorágine frenética de la selva (con un bebe a bordo), tiene más de 10 millones de entradas; nuestro difunto coronel parece que no tiene quién le escriba, pues no llega ni a 490 mil.  En 1983 Guy Duradin, profesor del Instituto Francés de Prensa y Ciencias de la Información, publicó su libro “La mentira en la propaganda política y en la publicidad”. En este ejemplar se estudian las  “cortinas de humo”, una técnica antigua capaz de desviar la atención de las masas frente a una situación incómoda, inflando artificialmente otra noticia mucho menos comprometedora, pero que ofrezca un gran espectáculo. Para ello, afirma Duradin, se requiere una intensa cobertura mediática, lograr mayor contacto emocional con el público y que la noticia pueda extenderse en el tiempo. Esto último es lo más complejo porque el “ciclo de noticiabilidad” es cada vez, más corto, pero existen estrategias, por ejemplo, extraviar un perrito durante más de una semana. Para nuestra atribulada sociedad, la muerte de un coronel que deja una viuda y dos niños, no es un drama comprable con el de un perro comprometido con la salvación de las minorías étnicas y que además se llama Wilson: ¿Quién no tuvo en su infancia un balón de marca Wilson? Muchos recordamos la escena de la película “El Naufrago”, con Tom Hanks gritando desesperado el nombre de Wilson, mientras su esférico amigo desaparece sobre las olas. Es realmente conmovedor. Hablando de películas hay una muy buena, protagonizada por Robert de Niro y Al Pacino (“Cortina de humo”) y en la que, dicho sea de paso, como distracción también usaron un perrito.  Se las recomiendo.

Los expertos en la comunicación de masas afirman que las “cortinas de humo” no busca desaparecer una noticia, solo restarle importancia y que la opinión pública no preste atención a los detalles, algunos muy incómodos; por ejemplo, que un hombre sea capaz de redactar un oficio ofreciendo colaborar con la justicia, pero sea incapaz de redactar una pequeña nota suicida;  que los tiempos en los vídeos no cuadren, que no se haya escuchado disparos (total Bogotá es muy ruidosa) o que, en términos estadísticos, no podamos  precisar si cuando una persona se quita la vida, tenemos un suicida más, o un suicida menos.

La opinión pública no debe incomodarse con detalles confusos. Para qué perder el tiempo discutiendo el nuevo procedimiento de seguridad de los escoltas, que les obliga a dejar su pistola sobre la silla, si van a comprar agua… asi, como quien deja tirado un paquete de achiras. Este nuevo protocolo esta a la altura de las circunstancias, por si un escolta se encuentra a un guerrillero del ELN en un parque, adelantando un secuestro, o cobrando una vacuna, o jugando al capucho y expendiendo drogas en alguna universidad, o reclutando menores, o cualquiera de sus acostumbradas picardías. En casos asi es mejor estar desarmado, para asegurar el cumplimiento del “cese al fuego bilateral”, pactado con nuestros delicados y enmascarados contertulios.

Resulta también muy extraño el macabro detalle de quitarse la vida con la pistola de otro y no con la propia, pero hay gente que le da pereza tener que limpiar su arma de dotación después de pegarse un tiro; mejor usar la del escolta que, en estos casos, reciben como compensación unas vacaciones indefinidas por el Caribe. Esperamos que no sean vacaciones en el fondo del mar Caribe, porque uno ya no sabe que esperar en este país,   donde la gente extraña que se quita la vida cuando está ad portas de ganar su pensión vitalicia o se suicidan de cinco puñaladas en la espalda.

En circunstancias tan gaseosas, resulta alentador que podamos tener, por lo menos, dos certezas: la primera es que Benedetti debe estar muy preocupado. Dicen que cuando gritó que “al tigre hay que darle una salida”, le pidieron que pasara su carta de renuncia, anexando una pequeña nota suicida, por si las moscas, pero él ha sido enfático en afirmar que no tiene planes de suicidarse en las próximas semanas, ni de morir en algún simpático accidente.  La segunda cosa que sabemos con precisión, es que si le preguntas a 100 colombianos cuál era el nombre del coronel Dávila, 95 no sabrán que se llamaba Óscar; pero sabrán, sin duda alguna, que el perrito perdido en la jungla, se llama Wilson.

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