San José el hombre eucarístico.

“Solo aquellos con corazón de niño buscan su corazón en el santísimo sacramento como lo hizo José, por estas razones es adorador por excelencia y un maestro en el arte de enseñarnos a amar con el corazón, el alma y todas las fuerzas que tenemos”.

Por José Álvaro Cardozo Salas

Celebramos hoy en Ibagué los primeros 25 años de esta experiencia maravillosa de la devoción a San José, así como llegan las buenas noticas cinco hombres que rezábamos el rosario en casa de Fernando Guevara los días martes, recibimos la grata sorpresa de empezar este caminar al mismo cielo en la cercanía y amistad de José, el casto esposo de la reina del cielo.

Una de las bellas apariciones muy escasas por cierto están en Fátima Portugal cuando el 13 de octubre de 1917 aparece en el cielo después del milagro de la danza del sol que iba y venía a grandes velocidades sobre la tierra inmediatamente luego de un fuerte aguacero, la ropa de las personas quedaron instantáneamente secas, esto genero un gran pánico entre los asistentes, y después aparece San José en el cielo con el niño en sus brazos bendiciendo la tierra, cuando leí  esta historia entendí mucho del cielo, que tenemos papa y mama y un Dios  humanado que se ha hecho hombre por nosotros y nuestra salvación.

Ahora quiero referirme al título de este artículo, ahondar un poco en el misterio de José en el perfil del adorador, sé que en José podemos ver la obediencia, el silencio, la prudencia, el trabajo, la oración, la aceptación y de alguna forma la dimensión del hombre lleno de virtudes, incluso a mi juicio también inmaculado, y con la gracia de María pero que no alcanza su dimensión, sacerdote, ministro, obrero, tantas y tantas virtudes gloriosas. Pero detengámonos, analicemos y aprendamos del amor a Jesús hombre, hostia, Dios, Salvador, descubrir en él la debilidad, la pobreza, la pequeñez, la oscuridad, el anonimato, este hombre escondido en un taller de carpintería, en medio del aserrín, un pobre obrero, oculto en una aldea escondida y para colmo despreciada. Analicemos si Belén, Nazaret o el calvario no son la demostración del silencio de Dios, de la pobreza de Dios, verdaderos caminos que el mismo Dios escoge para venir a nosotros y darse a conocer. Pues bien, la eucaristía es esta pobreza de Dios, este ocultamiento cercano de Dios, es este venir a lo íntimo de nuestra morada de la fe pura, pensándolo bien es una locura, quedarse en un pedazo de pan, miremos a José alimentando a Jesús que es la misma eucaristía pero que cronológicamente no comió de ella, de sus trabajos y sudores la alimento, la hizo pan de vida.

La hostia sagrada personifica la ternura divina de la encarnación. Tan manso, tan adorable y tan pequeño y vulnerable, el santísimo sacramento de Jesús diciendo “Venid a mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29-29) Solo los humildes oyen su voz. Solo aquellos con corazón de niño buscan su corazón en el santísimo sacramento como lo hizo José, por estas razones es adorador por excelencia y un maestro en el arte de enseñarnos a amar con el corazón, el alma y todas las fuerzas que tenemos.

Cuan grande es el deseo de Dios de tener una intimidad profunda con el hombre, que vino como un bebe, un recién nacido es amado porque es indefenso, un bebe pidiendo amor con sus bracitos extendidos es irresistible.

De san José aprendemos a contemplar a su hijo, imagino que pasaba largas horas mirándolo y llorando, ya que tenía el don de las lágrimas, tan bello y tan escaso, nos enseña a amar a Jesús desde su dimensión de hombre, trabajador y dedicado a su familia, nos enseña a obedecer y a callar, como lo reza la quinta consideración del rosario de san José “por el día que encontraste a tu hijo hablando con sabiduría y callaste, danos la virtud de aprender a escuchar al que en nombre de Dios habla”.

Para dar cierre a este pequeño compartir de amor eucarístico, me quedo con el José adorador, contemplativo y amante de Jesús, que supo cómo pocos, ser fiel seguidor de Jesús cumplido cabalmente su misión asignada, escondiendo, cuidando y alimentando a la eucaristía, gracias a su ejemplo esta devoción ha ido creciendo por todo el mundo, en especial con la querida Ibagué, con estos obispos josefinos que la iglesia nos ha regalado, Monseñor Flavio Calle, Monseñor Miguel Fernando González  y en especial Monseñor Orlando Roa nuestro actual arzobispo, gracias a ese impulso josefino de nuestros pastores ha aumentado el amor por la adoración perpetua, a imagen del perfecto adorador San José.