Una extraña manera de amar

Teresa de Calcuta decía “ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”

Por José Álvaro Cardozo Salas

He venido predicando unas formaciones eucarísticas en la bella Villavicencio en un camino de seis meses que nos llevará a la consagración de 300 adoradores de manos del arzobispo Monseñor Misael Vaca, y estos llaneros me pusieron a estudiar para llevar un mensaje no solo de la buena nueva, sino también de volvernos misioneros eucarísticos.

Esta extraña manera de amar de Jesús vivo presente de manera eucarística nos lleva a reflexionar y meditar su vida, pasión, muerte y resurrección, es esta pobreza de Dios, es este ocultamiento cercano de Dios, este venir a lo intimo de nuestra vida en la fe pura. Pensándolo bien, es como quedarse anonadados de estupor. O Cristo es un loco que delira y dice cosas que carecen de cualquier significado, o es en verdad el amor omnipotente y misericordioso que ha encontrado el camino mas expedito para llegar a nuestra intimidad sin asustarnos, ni impresionarnos, así simplemente de una manera inimaginable.

Ahora no le faltan al hombre que busca a Dios citas ni lugares de encuentro; basta quererlo encontrar, dejarse ver, pues bien: la creatividad de Dios, ha hallado todavía un modo para concretar, cerca de nosotros, ante nosotros, a tiro de piedra, “dentro de mí mismo”, se ha convertido en un pedazo de pan.

La eucaristía no es una cosa extraña: es la cosa más lógica del mundo, es la historia del amor mas grande que haya vivido en esta tierra por un hombre llamado Jesús, cuando contemplas este pan, cuando lo tienes en la mano, miras y tienes la pasión y muerte de cristo por la humanidad. Este pan es la conmemoración de su muerte por nosotros, Este pan es la proclamación de su resurrección, y la garantía que comiendo de este pan podemos resucitar un día.

Citando al hermano universal “Charles de Foucauld” decía “como deseo que llegue pronto el día en que cada cristiano, después de la misa, lleve la eucaristía a casa, se construya un pequeño oratorio para honrar la presencia de Dios en la intimidad del hogar y pueda extraer de este misterio la fuerza de amar y la dicha de vivir”

Mi amigo el diacono permanente Luis Eduardo Ruiz en una de sus catequesis para los ministros de la comunión de mi parroquia en Bogotá, nos hablaba de los dos altares, el del pan eucarístico, y el altar del enfermo subido en la cruz del sufrimiento, de la enfermedad, de la soledad, del abandono, y como esta presencia salvadora de la eucaristía no solo consuela, sino que cura y salva, que manera de amar tan extraña ligada al sufrimiento, a la cruz de Jesús donde solo por comulgarlo, de una manera extraña nos configuramos en todo con él; nuestro salvador.

Bien decía san Juan de la cruz en sus textos de las bodas del cordero, donde se refiere a las bodas del alma con su creador, donde la cruz es el lecho nupcial, la carne el ponqué de bodas, la sangre el vino, y la corona de espinas y clavos las alhajas de la novia, hermosa forma de recrear una boda, que para mí también tiene su mesa en lecho nupcial donde se consume el fuego del amor y donde cristo también se hace presente en el amor esponsal.

El si de Dios es el sacramento; nuestro si es la oración, pero nuestra oración es muy pobre, el sacramento esta muerto sin la plegaria, del mismo modo que la fe esta muerta sin las obras, creo yo que esta es la causa de la crisis en la iglesia, una crisis de contemplación, una crisis de oración. Es demasiado fácil recibir la comunión; es mucho más difícil quedarse 15 minutos sin moverse pensando en lo que se ha hecho, esforzándome sin fe por adherir mi voluntad a la de aquel que ha venido a buscarnos con tanta gratuidad de amor, con un amor de locos, que sobre pasa lo imaginable.

Teresa de Calcuta decía “ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal” ¿tu si contemplas?, si oras?, ¿si correspondes a ese amor penetrante y desbordado del amor de los amores?